Tenía
los ojos más hermosos, y abiertos de par en par, parecían dos piedras
preciosas que traspasaban el alma. Se conocieron alrededor de las 9:45
entre un halo acelerado de gritos y pisadas de alguien que no se
distinguía; sus manos suaves se aferraban con una vitalidad impresionante a la
que le dio la vida, y pese al agitado revuelo todo estaba contagiado de paz.
Una nariz
pequeña y recta le daba un aspecto de sobriedad a su rostro dulce, y en
medio de un bostezo, afloró una boca demasiado pequeña, tanto que apenas la
había percibido; parecía un botón rojo que podía caérsele en cualquier momento
y desbaratar la armonía de su cara. Todo se complementaba con el suave
matiz de su piel que recordaba el atardecer de verano y transportaba al
que la veía a un calor lejano y tropical, pese a que la
noche era fría y lluviosa.
La
angustia se plasmó de repente en su rostro y por medio de un grito rompió el ensimismamiento
de su madre; aquel ser salido de otro mundo mostraba la frente arrugada,
expresión que todavía guarda, dando por primera vez a
conocer su enojo y la urgencia de un mimo; inmediatamente la tomo entre
sus brazos y con la cobijita verde del hospital la cubrió en forma de atadito, ella se acomodó perfectamente en el regazo de su madre y volvió a su estado pacífico y sereno.
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