Es temprano en la
mañana, y sigo cansado a pesar de la larga siesta, tengo hambre y algo de frío,
sigo solo deambulando por las estrechas callejuelas de esta ciudad, sin rumbo específico,
solamente deseando encontrar un poco de calor.
La gente transita
cerca a mí, algunos se asustan con mi presencia, otros sorprenden y otros
solamente me ignoran. En el parque espero que alguien llegue alimentarme,
siempre es un viejito o un niño, pero esta vez no hay nadie. El día es nublado y
siento que la mala suerte que trae un gato negro ha caído sobre mí mismo.
A lo lejos veo un
anciano que se acerca precavido a darme un trocito de pan, me acerco a él un
poco de receloso y en sus labios se esboza una sonrisa tristona, tal vez esta
tan solo como yo y necesita un poco de compañía.
Desde ese día espero a mi amigo en la banca azul del parque central y aunque
es poco el tiempo que nos conocemos, en sus ojos veo mi reflejo, y en sus canas y arrugas
el parecido que tenemos. No pienso dejarlo ahí; aquel día lo divertí mucho con
mimos y maullidos y él viejito sonrió de verdad.
Ahora voy por las mismas calles de la ciudad, pero esta vez junto a mi amigo; y las callejuelas ya no me parecen tan solitarias y tristes. Mi nuevo
amigo y yo hemos formado un vínculo de cuidado y amistad. Vuelvo a sentir ese calor lejano que deje atrás.
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